domingo, 22 de abril de 2007

Fundación falsa de Buenos Aires I

Los historiadores no han logrado un consenso sobre Buenos Aires y su historia. De la biblioteca de Babel han recorrido y fatigado muchos pisos y volúmenes, sin cambiar el hecho de que siguen atrapados allí y no pueden comprender abstracción o forma concreta de la ciudad. El punto que suscita toda confusión, sobre el cual no hay acuerdo posible y el mismo que les impide avanzar, es el orígen de la Reina del plata.


Conocemos las historias de las primeras y oficiales fundaciones por Juan Martín "Batata" de Esnaola, miembro de la tripulación de Pedro de Mendoza y almacenero adicto al postre vigilante. En su libro Puerto de Nuestra Señora Santa María del Buen Aire: Vendiéndoles chucherías a unos indios embarrados de mierda, revela que el fuerte no estaba pensado como asentamiento estable, sino como lugar de paso y defensa de la zona. Las penurias por el mal tiempo, la falta de alimentos, la humedad (que en Buenos Aires, es lo que mata) y el enfrentamiento con los indios Querandíes son conocidos por todos quienes hayamos leído el Manual de Alumno Bonaerense - Peronista '73. Lo que descubrimos leyendo a Esnaola es cómo se dio ésta enemistad entre españoles y aborígenes.

Marchábamos nuestro comandante Adelantado [NdelR: en orsai] Don Pedro de Mendoza y Luján, el lugarteniente Juan de Osorio y un servidor, acompañados de varios soldados, al encuentro de los indios patasucias que prehabitaban éste infecto pozo de barro. Acudieron prestamente el cacique de los Querandíes, Neuhuén Ayahuasca, secundado por sus generales Gonzalo "boleadora loca" Pehuén y Hernán "el gordo neurona" Aluminé, famosos por sacrificar ñanduses gracias a patadas boleadoras. Venían acompañados por otros aborígenes, que en portaban en sendas bandejas: huevos de ñandú, pingües carnes de venado pampeano, 17 kilos de rúcula, pieles de guanaco y 3 cortados. Don Pedro de Mendoza y Juan de Osorio encontraron todo esto muy bueno y aceptaron cortésmente las ofrendas, de buena forma prestándose a firmar la paz y perdonarles la vida.
Por el contrario, yo no salía de mi estupor, y pregunté: "Muchachos, ¿y el fresco? ¿y la batata?" Sólo obtuve miradas perdidas como respuesta. Reformulé mi pregunta explicando la formación del postre vigilante. El viento llenó de paja el aire, pero no hubo respuesta a mi inquisición, más que un "¿Amapiré rigoleó pochol Peralta?" de parte de "boleadora loca", que un intérprete tradujo como "¿Lo qué?"
Fuera ya de mis cabales y alejado de toda protección de la virgen de Compostela, que mantiene cerrada las bocas de los cristianos cuando es mejor olivar calladito, comencé a saltar en el lugar, blandiendo mi sable loco, al grito de "¡BATATA!¡FRESCO!¡DULCE DE BATATA Y QUESO FRESCO, INDIOS DE MIERDA, IGNAROS DEL ORTO!¡QUE CARAJO LES ALIMENTAN SUS MADRES DE POSTRE, ¿MIERDA DE ÑANDÚ?¡EXIJO EN EL NOMBRE DEL REY CARLOS I QUE ME TRAIGAN UN PEDAZO EN UNA TRAVIATA CON MANTECA ANTES DE QUE LES QUEME EL RANCHO Y LES META LAS BOLEADORAS POR EL ORTO!"
Tuve la suerte de ser aferrado por nuestro capitán, ya que toda la comitiva de indígenas me miraba con ganas de comerme crudo. Y eso habrían hecho, si no fuese por la providencia que hizo que ante el primer grito de guerra en Guaraní de "el gordo neurona" Aluminé salieramos todos disparando, al trote en nuestros caballos que ellos todavía no tenían. Claro, los hijos de su putísima madre cuando quieren entender cristiano, entienden...
De esta forma quedó establecida la enemistad entre expedicionarios e indígenas, luego de que el cacique Nehuén nos declarara la guerra, para la que pidió ayuda a otras tribus locales. Sufrimos permanentes hostigamientos toda vez que trasponíamos la empalizada del fuerte. No teníamos comunicación con el exterior que no fuera a través de éste marrón y dulce mar. Y lo peor es que no había un cuarto de batata ni cien gramos de queso para el postre, ni siquiera en mi precaria tienda de víveres construída con barro y paja, que es lo único que hay por estos lugares.
Nuestro capitán Don Pedro de Mendoza vio que entre los caballos y las ratas que comíamos nosotros y los caballos y cristianos que se morfaban los indios cada vez que salíamos, mucho tiempo de comida no nos quedaba. Dispuso pues que partiera el mayordomo y alguacil mayor Juan de Ayolas acompañado de Domingo Martínez de Irala en busca de víveres y tierras más hospitalarias. Según los mensajeros que volvieron, se encontraron con los belicosos guaraníes, a quienes vencieron, y cumplen la misión de nuestro Rey al fundar numerosos fuertes y ciudades para la mayor gloria de Dios. Quien esto escribe es de la opinión que se salvaron para toda la cosecha comiendo chipá y tomando tereré en Asunción con cinco paraguayas menores de edad cada uno, porque las los mensajeros tienen labia y cuentan lindos cuentos, pero hasta ahora, de víveres, cero.
Al día de hoy, 21 de abril de 1537, nos encontramos en Sancti Spiritu, a orillas de un río llamado Carcarañá, depués de que debiéramos abandonar el fuerte de Santa María del Buen Ayre en las vísperas de las pasadas navidades, puesto que esos Querandíes bárbaros y patasucia atravesaron la empalizada y quemaron todo hasta las cenizas. Lo que me parece bien, puesto que ese barrial infecto e inundable con olor a bosta de guanaco no tiene futuro como fuerte, ni poblado, ni ciudad. Nuestro capitán dice que ya le está ardiendo de más la península y como no se haga una cataplasma con sanguijuelas en la corte real, quedará inutilizado. Mañana parto con él, ya que extraño a mi familia, a mi rey, mi pueblo y mi almacen, pero sobre todo porque me estoy descompensando después de tres años sin probar un postre vigilante.


No hay mucha información en Puerto de Nuestra Señora Santa María del Buen Aire: Vendiéndoles chucherías a unos indios embarrados de mierda sobre la vida de Juan Martín Esnaola tras su retorno a España. Dicen que encontró a su mujer in fraganti con un traficante de membrillo, enloqueció, mató a ambos a puñaladas y se suicidó. Una versión más confiable dice que Don Juan de Garay era cliente dilecto de su almacén, y las historias que "batata" Esnaola le relató lo convenció de embarcarse hacia las indias. Según ésta tradición, Juan de Garay pedía de fíado muy seguido, y al no verse concretadas las erogaciones correspondientes, Esnaola quiso perjudicarlo y mandarlo a morir en manos de los Querandíes, engañándolo con historias sobre montañas repletas de plata y ríos de vino Mistela.

Por supuesto, la versión de Juan Martín Esnaola es sólo una, y para peor, la oficial. En tanto los literatos de la biblioteca de Babel encuentren y traduzcan los restantes volúmenes referidos a Buenos Aires y su fundación, los mantendremos informados.

No hay comentarios.: