sábado, 17 de febrero de 2007

La animal sabiduría inherente en el acto de comerse un pie



Una uña es un cacho de cartilago en la mayor parte del reino animal, pero una uña de pie es, en el caso de la raza humana, un claro signo de evolución incompleta. Casi todo el pie lo es. Pasada la etapa depredadora, caduca la necesidad de garras o uñas en las extremidades posteriores, uñas que a la postre son cortas, blandas, inútiles para satisfacer nuestras necesidades rapaces. Considerado que tampoco somos anfibios, inútil es tener los metatarzos y los dedos separados: no hay necesidad de separar las garras toda vez que concluyamos que estás son inútiles e innecesarias, y confío, tal vez un poco obstinadamente, en que una unicidad podológica sería más práctica -incluyendo la obvia flexibilidad necesaria para caminar y sustentarse- para cualquier tipo de terreno, evitando al mismo tiempo la micosidad. Y esto sin considerar que la mitad de humanidad calza sus pies de una forma u otra.

Aclarado lo anterior podemos confirmar lo dicho, que el pie es una inconclusión evolutiva. A un diseñador le dio mucha fiaca cuando llegó a los talones y tiró un mah sí, como si fuera el hombre gris de Las Ruinas Circulares, que soñaba a otro hombre para ser adorado y lo soñaba pelo por pelo, a lo Hair Recovery.

Morder su propio pie, sería entonces una vuelta a las raíces. Una parte de nuestro cuerpo varias veces perfeccionada como es la cabeza es arrimada y conectada con la parte más primitiva, rústica y peor diseñada, como lo es el pie. Este acto, un acto a las claras caníbal, donde el hombre es más que nunca el Lobizón del Oeste del hombre, nos emparenta con nosotros mismos y nuestros Neandertales y Australopitecos interiores. Volvemos al lobo que se muerde la cola, al felino que se baña con la lengua porque llega, al buey que sólo bien se lame. Un hombre que se muerde su propio pie es aquel que le dice no al contrato social (y de paso lo mea a Russeau cual poste de luz suburbano), se caga en la sociedad y quiere huir a los montes a tejer macramé y ser feliz, lejos de las alocadas construcciones babilonias del hombre, que destruyen todo lo natural y lo creado por ellos mismos, que es lo mismo.

Dígale sí, señora, a comerse las uñas de los dedos de los pies. Ñami ñami, estuvo delicioso.

Facundo Lupo Falduto, autofelándose.



3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sabes que tiraste magia, verdad? Le pusiste toda la magia a este condenado viernes por la noche... Russeau se esta revolcando en el meo cosico y Darwin no entiende nada... Podria seguir halagando lo coso,pero perderia sentido... tiraste magia y nada mas.

Carolain dijo...

Locura, locura. Los dedos de los pies sirven para mantener el equilibrio. Creo. Pero ¡qué flexibilidad, che!

Jose Gallardo Moya dijo...

Illo, un buen gol a veces depende de los dedos de los pies. Lo sabe mi gato. Jose.