Al abordar el avión tuvimos un profundo contacto con la naturaleza: un grillo. Un grillo negro, grueso, que salió de no sé dónde carajo y se posó en mi pierna izquierda sólo para morir aplastado entre el denim y el envoltorio plástico de una almohada berreta de American Airlines. Todavía se movía, como todos los bichos muertos, cuando se lo mostré al obeso azafato que no nos quiso pasar a business class bajo la excusa de que el avión estaba lleno. Gordo puto.
1 comentario:
It was Pepe. Los grillos, aunque sean feos, no se matan, eso dicen...
Publicar un comentario